Vivir en la zona industrial de Lima Norte tiene sus limitaciones, hay muy pocas personas con las cuales poder conversar, la verdad, casi no hay nadie con quien hablar.
Al frente de nuestra casa había un extenso terreno rodeado de adobes, adobes tan anchos y resistentes sobre los cuales de niño solía correr. En aquel gran páramo volábamos a nuestras anchas nuestras cometas y también fue el escenario estimulante de mil aventuras.
Pasaron los años y en aquel gran espacio se instalaron más fábricas que pronto se integraron a este gran organismo que no conoce el silencio, en la zona industrial el sonido de los motores, como los latidos de un corazón, nunca se detienen.
En aquel escenario, cual moderno Evaristo, era muy difícil desarrollar mis habilidades sociales con el sexo femenino, en castellano, la tenía difícil para conseguir pareja.
Luego de las clases, me pasaba la tarde y la noche en la bodega de mi padre. En aquel tiempo no había Internet y el cable no había llegado aún. Mi única diversión, como siempre, las constituían los libros.
Una tarde mientras leía un extraño libro de metafísica una jovencita, de buena presencia, como diría mi padre, llamó a la puerta.
—Disculpa, ¿podrías atenderme?
—Claro
—¿Qué haces?—me preguntó.
—Leyendo algo —se lo dije de manera irónica, pues a simple vista aquella chiquilla no había leído más que sus textos escolares. Para mi sorpresa me hizo una breve enumeración de todos los libros que había pasado por sus manos y me dejó callado.
Mery era muy delgada, como toda chiquilla de quince años. Lejos de su larga cabellera y su tez clara lo que más llamaba mi atención era el modo distinto que tenía de hablar, tanto por las palabras que empleaba, como por la forma en que las decía.
Era la hija de los dueños de la fundición que recién se había instalado frente a casa. Ellos vivían en otro distrito, en la zona industrial lo dueños generalmente viven fuera y sólo van a supervisar el trabajo de sus fábricas o talleres.
Hicimos buena amistad, era curioso vernos en el verano, por un lado ella sudorosa y llena de ceniza; por el otro lado yo, con unos guantes gruesos, hielo en le cabello y la ropa mojada, mi padre tenía en aquel tiempo una fabrica de chupetes. Eso de que los polos opuestos se atraen era cierto.
Las partidas de ajedrez y de fulbito de mesa , mis pasatiempos, se volvieron más animadas, ella era mi público, ella y su botella de agua, allí le cogí el gusto a esa bebida. Un día mientras nos despedíamos sincronizamos mal nuestras cabezas y nos dimos el primer beso.
Los veranos se llenaron de color, pero los veranos también terminan para dar paso a otra estación, mas nunca dejamos de ser amigos.
Ahora que la bodega es mía, hay un jovencito que vive con sus abuelos y de vez en cuando visita mi negocio,charlamos de todo un poco, hablamos de la escuela, bromeamos de su madre, pero aún no hablamos de libros.
1 comentario:
Que hermosa historia.Me gusta el blog.
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