—Nos
la han hecho –comentó Manuel, aunque no note en él ningún disgusto, era como si
lo esperaba de antemano.
Me
despedí de mi amigo y caminé unos cuantos pasos hasta llegar a mi casa. Eso sí,
estuve pensando en ella toda la semana, creí que no iba a volver a verla, pero
la situación se presentó.
Aquel
día salí de la escuela temprano, hubo una actividad y regresaba a casa con una “pollada”.
A pocas cuadras de llegar, me la encontré y aunque quería hablarle,
también se me sentía mal por lo que había pasado.
Una
sonrisa afable y un beso en la mejilla abrió la conversación. Saqué
el pollo de la mochila y lo compartimos sentados en la vereda, sin platos, sin cubiertos ni servilletas. Fue una tarde grata, inolvidable, sin presión de ningún tipo. Nos despedimos y quedamos en
vernos otro día.
Nunca
la volví a ver y no entendí el porqué hasta escuchar sin querer una conversación entre mis padres.
—Ha
vuelto de nuevo a buscarlo –le hablaba mi madre a mi padre entre preocupada y
molesta.
—Le dije que ya no volviera, parece
una polilla —contestaba mi padre, pasaría todavía algún tiempo para que yo
entendiera el significado de lo que decían.
Tal
vez mis padres hicieron lo que creían correcto, pero de seguro si la volviera a
ver la volvería invitar a comer en esa
desgastada vereda.
1 comentario:
La vida está llena de experiencias, agradables o no, siempre son intensas e inolvidables.
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