La muerte de aquella jovencita fue tan extraña, los médicos no supieron explicar el mal que tan pronto la había llevado a la muerte y se tejieron muchas historias en torno a ella.
Hacia mucho calor, ello sumado al viento que sopló en aquella pampa, había cubierto su cuerpo de sudor y polvo. La visión de aquella caída de agua le pareció entonces a Mariana una bendición, rápidamente se despojó de sus prendas y corrió hacia ella. Pronto grandes chorros de agua helada, para su deleite, refrescaban todo su cuerpo. Sin embargo, a los pocos minutos, sintió la mirada de un extraño, pensó que era uno sus vecinos, tal vez aquel jovenzuelo que a veces le decía cosas que ella no contaba a su madre por vergüenza, pero que no le molestaban del todo.
Aguzó su mirada, pero por más que se esforzó no lograba descubrir al fizgón, repentinamente su cuerpo se estremeció, a pocos centímetros de ella, sobre una de las rocas bañadas por el agua, su mirada se cruzó con la mirada de un pequeño hombrecillo, que imperturbable parecía de piedra, quién con ambas manos se cogía las rodillas y la miraba fijamente.
Mariana abandonó raudamente el agua y corrió sin parar, no lanzó ningún grito, ningún gemido.Tampoco le importó atravesar desnuda el pueblo. Corrió sin parar hasta llegar a su casa y cerrar el pestillo de su cuarto, y no vio a nadie hasta que sus padres forzaron la puerta e intentaron saber lo que sucedió.
BETO
No hay comentarios:
Publicar un comentario