Sam dudaba, ¿aquello auguraba algo maravilloso o
era el presagio de un desastre?, pero si sabía que era la oportunidad que había
estado esperando por tanto tiempo. Recordaba aún la última vez que olvidaron
asegurar la puerta, el placer de volar, todo el alboroto que se armó para atraparlo y la suerte que tuvo de que lo
rescataran bastante maltrecho de las
fauces de aquel felino atigrado que pasaba horas observándolo.
La familia de Sam lo buscó en los parques cercanos, en las
casas de los vecinos y en los postes de electricidad, pero él había
desaparecido. Después de casi tres días,
cuando ya quedaban pocas esperanzas de encontrarlo, un fuerte aleteo en la
ventana llamó la atención
de los niños.
- ¡Sam! Mamá, ¡volvió Sam!
- ¡Sam! Mamá, ¡volvió Sam!
Allí estaba Sam, hambriento, con algunas plumas menos y lleno de polvo. Ni derrotado ni arrepentido,
pero sí feliz de volver
a su hogar.
Beto
Beto
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