Una de las cosas que más disfruto es ordenar mi biblioteca:
limpiar y mover los estantes, cambiar de lugar los libros y pasar las cerdas
de una pequeña brocha sobre sus hojas. Sin embargo, es durante mis vacaciones donde
realizo un trabajo más minucioso: anillar hojas sueltas, enviar al “cuarto
oscuro” los volúmenes más viejos o
dañados y deshacerme de aquellos que ya cumplieron su ciclo. Ah, y también revisar
su estado y abrir sus hojas
Allí estaba, pegado en pequeño cartón, un trozo de papel arrugado con un número
telefónico, no recuerdo ahora el título del libro, volví a poner el cartón en el
libro y perderlo en uno de los estantes.
Sucedió hace mucho, acababa de conocer a Mery. Nuestra comunicación era aún muy escasa, no pasaba
de unas pocas palabras, unos roces de manos y algunas sonrisas
tontas.
—Dame tu número telefónico—le había insistido— quiero
hablar más contigo.
—No
Mery era muy joven, pero no por ello inexperta en estos
lances, se hacía de rogar la condenada. Cada vez que venía a la bodega de mi padre, la que yo
en aquel verano atendí con mayor entusiasmo, me contestaba con una negativa y para endulzarme
me regalaba unas golosinas, una gaseosa
o una botella de agua. Con ella agarré el gusta al agua mineral.
Ella tenía mi número, se lo di a la primera, pero nunca llamaba,
hasta que un día sonó el teléfono.
—Esperaba que me llamarás —me dijo en tono de reclamo.
—No tengo tu número, todavía no me lo das.
— Te lo acabo de dar cuando fui a tu tienda.
—No me has dado nada.
—Sí te lo di, recuerda.
Recordé que en su última compra me alcanzó un papel que yo
tomé como la envoltura de una golosina, lo estruje y ... boté al cesto
de basura. Por supuesto que no se lo
dije, pero no era necesario. Le pedí que me diera de nuevo el número, pero se negó
rotundamente y me colgó enfadada, o
aparentando estarlo. Nuestra primera crisis, y antes de empezar. Demás está
decir que di vuelta al cesto hasta encontrar el dichoso papel. Para que no se perdiera, pegué el papel en un pequeño cartón y lo guarde en uno
de mis libros. Luego llamé Mery, pero esa ya es
historia conocida.
Beto
Beto
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