Cuando era un chiquillo las vacaciones significaban tomar
desayuno, alimentar a las aves y jugar a la pelota desde la mañana, haciendo
una pausa para almorzar, hasta cuando empezaba a oscurecer o hasta que mi padre, levantando la voz
me ordenara entrar a la casa, mil veces
preferible lo primero, pues lo segundo iba generalmente acompañado por reprimenda
pública. En la adolescencia la cosa cambio, vacaciones significaron la ilusión
de iniciar un romance, o continuar con el anterior, como me pasó con Mery.
Manuel era unos años mayor que yo, y aunque no podía caminar,
se las ingeniaba para ganar dinero ayudando a su padre en el negocio familiar. Manuelito siempre
tenía dinero en el bolsillo, y como se encargaba de comprar y vender, también conocía gente. Él gustaba de mi compañía y siempre que podía
me invitaba a participar en una de sus aventuras.
— Beto, tienes que conocer a éstas chicas, son distintas, te
van a gustar, van a venir el viernes, me tienes que acompañar —esta no era la primera vez que escuchaba esta
frase.
Manuel me contagio su inquietud, y creo que esperé con más
ansiedad que él la llegada del fin de
semana. Después de esperar por más de media hora en su camioneta, llegaron las
chicas. Eran dos, eran hermanas, la mayor era Charo y la menor se llamaba Giovanna.
—Esta es tu oportunidad, Beto, estas chicas se dejan, si no
haces nada eres un quedado, un tonto.
Giovanna debía tener a lo sumo dieciséis años, aunque
parecía mayor. Era delgada, tenía el cabello "rojizo" y ligeramente ensortijado. Era
muy bonita, aunque tenía mucho maquillaje, yo aún no había tratado con chicas
así. No era como Rocío, la chiquilla de carita redonda y cabello largo, la chica del Cuarto “B”, ella si era castaña, tenía un
hermoso cerquillo, detrás de él una mirada juguetona y una sonrisa que parecía
algodón de azúcar. Giovanna era muy distinta.
La conversación debió ser muy pobre, no recuerdo ni una sola
palabra, Manuel había comprado unas cervezas y unos cigarros, las chicas
empezaron a beber y a fumar con una naturalidad que me asombraba. La radio de la camioneta empezó a tocar una canción
de Calamaro, una que hablaba de un soldado romano, Dios y el amor. Las palabras
de Manuel retumbaban en mi cabeza: “Si no haces nada eres un quedado, un tonto”,
y tonto fui por hacerle caso.
1 comentario:
Ojala tengamos una segunda parte, me quedo con la curiosidad.
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