martes, 4 de octubre de 2016

MIS TEXTOS: Un nuevo tablero



Ya casi una semana después de la operación,  me cuesta levantarme de la cama, los dolores aminoran lentamente y el aburrimiento me consume.


Probé distraerme con libros y películas, pero déjenme decirles que  a los pocos días sirven de muy poco en estos trances. Ayer a duras penas pude sentarme frente al ordenador, abrí mi juego favorito, pero lo cerré a los pocos minutos. Nada parecía llamar mi atención, hasta que me topé con un pequeño manual de ajedrez y empecé a leerlo.


Hoy estuve viendo algunas partidas en YouTube y descargué un juego sencillo para practicar. Antes no teníamos estos recursos tecnológicos.  Recuerdo que en mi época universitaria para practicar iba al Centro  y me ponía a jugar con  unos aficionados  ambulantes que armaban  sus toldos en plena vía pública, retando a cualquiera por una moneda.  También recuerdo que nunca pude ganarles, pero me contentaba con causarles algún sobresalto.


Otro lugar donde practicaba era en la universidad, donde se podía alquilar  tableros a unos comerciantes o bien jugar con ellos. Lástima que al poco tiempo todos cerraron al endurecerse las medidas de seguridad contra la infiltración subversiva.


Mi afición al juego fue un proceso natural. Para una persona de contextura liviana, introvertida y de salud frágil  el ajedrez es el hobby ideal. Siempre me fascinó el diseño de las fichas y el desarrollo de las partidas que aparecían en los diarios. Tuve que ingresar a la universidad para por fin practicar este juego.



En el salón de clases,  había una joven muy sencilla, pero con un carácter y una voluntad de hierro, era huérfana de padre y su madre en aquel tiempo tenía ya otro compromiso. Ani vivía al sur de la ciudad y trabajaba en su tiempo libre en un puesto de mercado vendiendo botones, hilos y cosas así. Con parte de ese dinero ayudaba en la manutención de su hogar, el resto lo invertía en sus estudios. Ani era muy respetada en el grupo y se convirtió en jefa vitalicia.



"Consíguete un tablero, yo te enseño", me dijo muy resuelta, y mi maestra no me falló. Era curioso verme con un gran tablero de madera dentro de su mochila recorriendo las carpetas de mi aula y el patio de mi facultad. Mi padre me lo hizo, las casillas estaban pintadas de amarillo y rojo,  los tableros portátiles no eran muy populares aún.



Paso el tiempo, aunque con Abraham, vecino y compañero de carpeta y del bus de regreso, sosteníamos duelos “titánicos”, dentro y fuera de mi aula me volví invencible, aunque debo confesar que con "Cerebro" pocas veces pude. Ani ya no conseguía vencerme, solamente una vez me “relajé”  y no la tomé en serio, oportunidad que ella aprovechó muy bien y festejó su victoria como si fuera una niña.



Perdí la pasión por el ajedrez. Ani está felizmente casada y reemplazó el tablero de ajedrez  por  biberones. Abraham esta “lejos”, lo extraño y también extraño la taza de leche y las galletas que su mamá nos preparaba mientras jugábamos. El tiempo pasa.


Aún me quedan dos semanas para estar en cama, ver a "Cerebro"  y  otros buenos amigos, leer algunos libros, ver unas películas y ...  comprar un nuevo tablero.


Beto.





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