sábado, 28 de diciembre de 2013

MIS TEXTOS: "Mery"




















Vivir en la zona industrial de Lima Norte tiene sus limitaciones, hay muy pocas personas con las cuales poder conversar, la verdad, casi no hay nadie .

Al frente de  casa existía un extenso terreno rodeado de adobes, adobes tan anchos y resistentes sobre los cuales de niño solía correr sin temor a caerme. En aquel gran páramo podíamos volar  nuestras cometas y también solía ser el escenario de nuestras aventuras.

Pasaron los años y en aquel gigantesco  espacio se instalaron más fábricas que pronto se integraron a este gran organismo que no conoce el silencio, en la zona industrial el sonido de los motores son  como los latidos de un corazón, nunca se detienen.

En aquel lugar, cual moderno Evaristo, era muy difícil desarrollar mis habilidades sociales con el sexo femenino, en castellano, la tenía difícil para conseguir pareja.

Luego de las clases, me pasaba la tarde y la noche en la bodega de mi padre. En aquel tiempo no había Internet y el cable no había llegado aún. Mi única diversión,  lo constituían los libros, me apasionaban las historias de Julio Verne y Salgari, viajaba por el mundo con ellos, tanto así que era el único en mi aula que  había ya aprobado geografía con honores en el tercer período. Una tarde mientras trataba de entender un  extraño libro de metafísica que mi padre me había regalado, una chiquilla , de buena presencia, como diría él, golpeó la reja.
—Disculpa, ¿podrías atenderme?
—Claro
—¿Qué haces?—me preguntó.
—Leyendo algo —se lo dije con un tonito de ironía, pues a simple vista  me parecía que ella  no había leído más que sus textos escolares. Para mi sorpresa, me  enumeró algunos de  los libros que había pasado por sus manos.

Mery era muy delgada, como toda chiquilla de quince años, o catorce. Lejos de su larga cabellera negra y su tez clara lo que más llamaba mi atención era el modo distinto que tenía de hablar, sus palabras y  la forma en que las decía. Además usaba unas faldas muy largas, luego me enteré que se había acostumbrado a llevarlas así, pues en el colegio donde estudiaba eran muy estrictos respecto a eso.

Sus padres eran los dueños de la fundición que recién se había instalado frente a casa. Ellos vivían en otro distrito, como muchos vecinos de la urbanización, pues en la zona industrial lo dueños generalmente viven fuera y sólo van a supervisar el trabajo de sus fábricas o talleres de día.

Hicimos buena amistad, como ambos ayudábamos en casa era curioso vernos en el verano, por un lado ella sudorosa y llena de ceniza; por el otro lado yo, con unos guantes gruesos, con hielo en el cabello y la ropa mojada, mi padre tenía en aquel tiempo una pequeña  fábrica de chupetes y helados.  Eso de que los polos opuestos se atraen era cierto.

Las partidas de ajedrez y de fulbito de mesa , mis pasatiempos, se volvieron más animadas, ella era mi público, mi fan, ella y su botella de agua, allí  recién le cogí el gusto a esas bebidas. Luego de las partidas, si ella estaba de buen humor, me invitaba algo de mi propia bodega. Un día, mientras nos despedíamos, no coordinamos bien el movimiento de  nuestras cabezas y nos dimos un beso.

Los veranos se llenaron de color, pero los veranos también dan paso a otra estación, mas la amistad, la confianza y los detalles perduraron, ojalá y pudiera decir lo mismo de mis demás relaciones. Ahora que la bodega es mía, hay un chiquillo que vive con sus abuelos y de vez en cuando visita mi bodega. Charlamos de todo un poco, hablamos de la escuela, de la fundición, bromeamos de su madre, pero no hablamos de libros.

Beto

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