jueves, 3 de enero de 2013

MIS TEXTOS: "SALUD, ABUELO"

Cuando era pequeño, mi madre me llevaba a visitar al abuelo que vivía en el Rímac. Recuerdo a un anciano larquilucho haciendole preguntas de escuela a un niño de cuatro años, estaba orgulloso de mi madre, de pequeña le compraba muchos libros y alguna que otra enciclopedia, un lujo que pocos obreros podían dar sus hijos, textos que mi mamá heredó y que luego terminaron en mis manos. Mi madre fue la única de sus hijos que ingresó a la universidad y de seguro el abuelo pensaba que de tal palo debía salir una buena astilla.

El abuelo pasaba horas debajo de la escalera en largas y animadas tertulias, jugando a los dados con sus amigotes, acompañados de unas cuantas cervezas y de humo a cigarro. Me gustaba observarlo girar los dados, oirlos girar en aquel extraño vaso negro, nunca entendí como era aquel juego. Según mi padre, el abuelo era un juerguero empedernido.

El sábado, después de muchas lunas, visite aquella casa, aquí viven ahora dos de mis tíos y toda su parentela, son los "bravos del Rímac", en la familia de mi padre es raro escuchar un "ajo", pero los Espinoza, la familia de mi madre, manejan un verbo más florido y llevan una vida más divertida y desordenada. Uno de mis primos trabaja en un crucero,terminaban sus vacaciones, así que decidimos celebrar por anticipado su cumpleaños, es uno de mis primos más queridos, es mi "promoción" y por ello nos entendemos muy bien, siempre que puede me acompaña en mis cumpleaños, en cambio yo, la ingratitud en persona, sólo lo he visitado contadas veces, se lo debía.

Ver aquella casa me trajo muchos recuerdos, hubo mucha gente, muchos Espinoza, pero yo no conocía a casi nadie, vinieron los tragos, yo siempre que puedo los rehuyo, pues me conozco, pero aquel día no me importó, tomé a vaso lleno con los tíos, con aquellos que bebían y jugaban  con el abuelo. Las horas pasaron, un grupo criollo llegó a animar la reunión, bebí y bebí en serio, me divertí. Tanto trago tuvo sus consecuencias, se suponia que iba acompañando a mis padres, al final ellos me hicieron llegar a casa a duras penas.

Había olvidado el dolor de cabeza después de unos buenos tragos, pero una vez a las quinientas no hace daño, ¿verdad, abuelo?
Beto

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