La desaparición de
aquella jovencita
fue muy extraña, sus padres pasaron meses buscándola por los alrededores del pueblo y la
provincia, pero jamás la hallaron, creándose muchas historias en torno a ello.
Hacia mucho calor, ello sumado al viento que sopló en aquella pampa, había cubierto su cuerpo de sudor y polvo. La visión de aquella caída de agua le pareció entonces a Mariana una bendición, rápidamente se despojó de sus prendas y corrió hacia ella. Pronto grandes chorros de agua refrescaban todo su cuerpo. Sin embargo, a los pocos minutos, sintió la mirada de un extraño, pensó que era uno sus vecinos, tal vez aquel jovenzuelo que le decía cosas que ella no contaba a su madre por vergüenza, pero que no le molestaban del todo.
Aguzó su mirada, pero por más que se esforzó no lograba descubrir al fisgón, repentinamente su cuerpo se estremeció, a pocos metros de ella, sobre una de las rocas salpicadas por el agua, su mirada se cruzó con la mirada de un pequeño hombrecillo, él cual, embelesado, con las manos se cogía ambas rodillas y la miraba fijamente.
Mariana abandonó raudamente el agua y corrió sin parar, corrió y corrió, no lanzó ningún grito, ningún gemido. Tampoco le importó atravesar desnuda el pueblo. Corrió sin parar hasta llegar a su casa y asegurar la puerta de su habitación. No vio a nadie hasta que sus padres forzaron la puerta e intentaron saber lo que sucedió, pero no dijo nada.
BETO
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