El fin de una jornada siempre me produce una gran satisfacción, una satisfacción comparable a la que sentía de niño cuando terminaba un día de escuela. Pareciera ser que la vieja frase: “No hay nada nuevo bajo el sol” se cumple también con nuestras emociones, aquellas, creo yo, se recrean una y otra vez, claro esta cubiertas con distintos ropajes.
Mientras mis pies recorren el camino a casa, mis ojos fijan su atención en un oxidado tornillo sobre el asfalto, ¿o es un perno?, siempre me asalta la duda.
De niño, cuando acompañaba a mi padre en una de sus tantas caminatas, el viejo prefería caminar media hora a subirse en un bus. Nunca dejó aquel, y podría jurarlo, de recoger tuerca, tornillo o clavo que la providencia le pusiera en frente, sin importarle el tamaño o estado del dichoso objeto.
En verdad, jamás entendí por qué mi padre repetía esa acción una y otra vez, tal vez sea instinto, esas conductas primarias que nos acercan a los animales. Al ver su “metálica colección”, toda recogida en la vía pública, me venía a la mente la madriguera de un pequeño bicho.
¡Pero basta ya de tanta reflexión! Debo llegar pronto a casa, el bulto en el bolsillo empieza a fastidiarme.
1 comentario:
Excelente narración.Siempre llena de tanta ternuraaaaaa,me encanta.
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